lunes, 6 de febrero de 2012

En el exilio de ninguna parte

Revista ñ .

En el exilio de ninguna parte

Sobre las bibliotecas y archivos de escritores. 

POR EZEQUIEL MARTINEZ

“Uno nunca sabe en qué idioma va a morir”, dijo Borges alguna vez. El mismo destino incierto podría aplicarse a algunos recuerdos de su vida o su obra, y hacerse extensivo al patrimonio de algunos escritores: la mayoría nunca imaginó en qué patria ajena (ante la pereza o desidia de la propia) irían a parar los retazos de su legado. En el caso de Borges, uno de los archivos más envidiables de sus manuscritos está en la Universidad de Virginia. Cortázar tampoco debe haber sospechado que su biblioteca personal, con más de cuatro mil volúmenes, terminaría en la Fundación Juan March de España, donde la donó Aurora Bernárdez en 1993.
Por fortuna hay legados que resisten estos exilios. Aunque Puig murió lejos de casa, su archivo de más de veinte mil documentos fue repatriado y digitalizado en la Universidad de La Plata. Los de Fogwill, resguardados por su familia, están siendo organizados y catalogados gracias al apoyo de la Fundación Costantini.
Pero también existen los limbos, ese no estar en ninguna parte. Esta semana se cumplieron dos años de la muerte de Tomás Eloy Martínez. El solía lamentarse con melancolía por los libros que había perdido en las diferentes mudanzas a las que lo llevó el exilio. “Quiero que mi biblioteca permanezca indivisa y en mi país”, dejó dicho por escrito antes de morir. Su enfermedad le impidió reunir a tiempo todos sus libros, documentos y originales de sus obras, muchos de los cuales quedaron rezagados en los Estados Unidos. Desde hace dos años, intento cumplir con su deseo. Esa donación, que incluye más de cuatro mil volúmenes, además de sus archivos personales, duerme hoy en un oscuro depósito allá en el norte. Ya tienen un lugar reservado en la sede de la Fundación Tomás Eloy Martínez en Buenos Aires, como él soñaba y esperando futuros lectores, pero los laberintos ministeriales y los cambiantes trámites burocráticos para repatriar su legado son más fuertes que su voluntad.
Ese limbo es otra clase de exilio. Es como estar –y le tomo prestadas sus palabras– “con el cuerpo en un lugar, el alma en otro y la vida en ninguna parte”.